No me animo a mirarlos a la cara,
me pregunto si alguien lo hará.
Aquellos hombres sin color,
de barbas largas, llenas de tierra y ceniza
de barbas largas, llenas de tierra y ceniza
de sobretodos ajenos y frazadas mugrientas
supongo que todavía algo esperarán.
Lo supongo porque todos lo hacemos
porque es algo innato en los seres humanos,
pero quizás me equivoque.
Me pregunto si alguien ya se habrá preocupado
por su situación,
y me quedo una vez más en la duda.
Yo estoy muy ocupada con mis cosas,
no me tomo el tiempo para hacerme cargo.
Me siento tan diferente a ellos,
con mi ropa confortable, mi comida diaria
y mi cama siempre hecha.
¿A dónde irán cuando se sienten solos,
cuando quieren refugiarse de la ciudad?
La calle, el andar de las personas
y sus miradas llenas de curiosidad
me impulsan a seguir,
aunque sería lindo sentarse
en esa vereda fría, sorda
y respirar un rato
o, por qué no, llorar.
No me animo a mirarlos.
Sé que si lo hago, descubrirán en mí la desesperación.
Sabrán que yo tampoco tengo a dónde ir.
Descubrirán mis ineludibles ganas de cortarme las venas.